25.ABR Jueves, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Las próximas semanas seremos testigos de lo que ha sido siempre un secreto a voces: la corrupción en el Perú y la captura de rentas por grupos privilegiados no solo es una realidad, es endémica y está institucionalizada. Y a la pacata sociedad le importa poco. Lima tiene experiencia justificando a los suyos. ¿No son acaso notorias y conocidas las fortunas de dudoso origen en los clubs de golf y en los yates y veleros?

El 93% de peruanos cree que los niveles de corrupción son altos o muy altos y el 72% no siente avances en la lucha contra esta en el actual gobierno. El 85% cree que las empresas participan en actos de corrupción. Pero no nos indignamos, no tomamos las calles, nos olvidamos días después. Y permitimos que se nos diga que los pobrecitos empresarios no tenían cómo saber lo de Odebrecht. Les creemos, porque es más fácil y conviene. Para qué uno va a andar haciendo problemas y generándose enemistades. ¿No?

La confianza se basa en la creencia de que existen reglas comunes iguales para todos, que son respetadas incluso cuando nadie está mirando. ¿Cuánto confiamos en el Estado? ¿Creemos que el Poder Judicial impartirá justicia? ¿Nos importa en realidad la justicia e igualdad ante la ley? ¿Por qué tenemos Edus y Guillermos libres mientras hay Rogers presos años por algo que no hicieron? ¿Por qué con los contactos necesarios las condenas se suspenden o anulan? En un país con 6.5 millones que viven en pobreza, excluidos y sin acceso a instituciones, ¿cómo podemos hacer para explicar que la corrupción, desigualdad e injusticia no nos afecten?

La corrupción, por cierto, limita el desarrollo, exacerba y provoca conflictos sociales, y es uno de los mayores obstáculos para acabar con la pobreza. Los costos de esta son trasladados a los ciudadanos. Los pagamos todos y cada uno de nosotros. Pero afecta en mayor medida a los más pobres. ¿Nos indignamos ya?


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