La indolencia nos sigue matando. Lilia Hidalgo Velásquez ha muerto y 27 personas han quedado heridas en un accidente de tránsito, cuando un bus se desbarrancó en la ciudad de Bongará (Amazonas). Una semana antes de este accidente, la misma empresa de buses interprovinciales sufrió el despiste de otro de sus vehículos que cayó al río. Ahí murieron otros ocho peruanos.
Además, una persona falleció en Pacasmayo, otra en Arequipa, una mujer y un niño de nueve años murieron en Huarmey y otros dos más en Tumbes. Todos estos últimos perdieron la vida en los últimos cuatro días en accidentes de tránsito. Ninguna de esas noticias duró más de un día en los medios o convocó a especialistas para analizar los motivos de los accidentes, recordándonos que los muertos en Lima valen más que los muertos de otras zonas del país.
Por su parte, están quienes quedan heridos producto de los accidentes. Esos no valen nada en ningún lugar. No importa si el drama es el de una mamá cuyo niño de dos años puede perder su brazo producto del accidente del cerro San Cristóbal o si es el de cualquiera de estas personas anónimas que sobreviven para mal vivir luego de ser víctima en alguno de los accidentes. De ellos, nadie se ocupa. Ni de sanar sus heridas físicas ni de curar sus almas. Tampoco importa el impacto económico que el accidente tendrá en sus familias. “Si hacemos como que no existen, no tendremos que ocuparnos del problema” parece ser la lógica de las autoridades.
El presidente Pedro Pablo Kuczynski anunció –en su discurso por 28 de julio– la creación de la Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao. Esta es una excelente noticia, sobre todo porque declara como servicio público el transporte terrestre de personas. Esto significa que se abren las puertas para que el transporte de pasajeros sea mejor regulado y pueda recibir recursos que lo hagan funcionar, siquiera con un mínimo de dignidad. Sin embargo, no hay que olvidar estos aspectos claves. El primero es que el tránsito no se resuelve solo con la Autoridad. Se requieren Centros de Ingeniería de Tránsito en cada ciudad, que administren los flujos viales. Además, la solución al transporte no puede ocurrir solo en Lima y Callao. Es absolutamente necesario que se tomen medidas para que las otras ciudades del país no sigan el camino hacia el caos. El presidente mencionó a Arequipa, Piura y Trujillo, en una primera instancia, pero va a tocar atender a todo el país. Lamentablemente, los accidentes de tránsito son patrimonio nacional. Y ya es hora de que todos nuestros muertos valgan igual.
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