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Opinión

La rutina aburre, pero también salva vidas. Hace unos años, se publicó El efecto checklist, de Atul Gawande, explica la importancia que tienen las listas de verificación en actividades tan diversas como la atención de salud hasta el pilotaje de aviones. Y, aunque parezca paradójico, es importante para tareas recurrentes precisamente porque las hacemos mecánicamente.

El libro destaca el acuatizaje forzoso que tuvo que hacer un avión en el río Hudson (Nueva York) cuando una bandada de gansos se metió a las hélices. Pese a la gravedad de la situación, todos fueron rescatados. Obviamente, ayudó la pericia de los pilotos; pero lo determinante fue que se siguió al pie de la letra el protocolo previsto.

La tragedia de Larcomar ha desencadenado una de nuestras actividades favoritas: ver a quién le echamos la culpa. Y por supuesto que ya fueron señalados Humala y Jara por haber establecido la duración indefinida de las certificaciones de Defensa Civil. Nadie ha recordado las protestas frente a los abusos que cometían los inspectores reclamando a discreción algo distinto y cada vez más absurdo en cada inspección. Esto, además de generar corrupción, restaba seriedad a temas de seguridad que deberían ser cruciales.

La solución no es, entonces, imponer nuevamente inspecciones anuales. Una parte de la misma debería incluir la implementación de un checklist adecuado a cada espacio, que elimine discrecionalidad en la inspección, y que pueda (y deba) ser verificada periódicamente. ¿Pasará? Me atrevería a decir que, en unos meses, tendremos un retroceso al menos parcial en la frecuencia de inspecciones, pero cada quien puede asumir parte de la responsabilidad.


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