Los mensajes presidenciales, y los gobiernos en general, suelen estar marcados por una tensión entre la necesidad del corto plazo y la visión del largo aliento. Los gobernantes requieren mostrar resultados rápidos ante ciudadanos ansiosos por la resolución de sus problemas urgentes. De otro lado, el día a día, no debe hacer perder el horizonte y las reformas estructurales que gota a gota deberían virar el destino de los peruanos.
Es difícil este balance por el sesgo cortoplacista de las personas. El famoso economista John Maynard Keynes decía irónicamente que en el largo plazo todos estaremos muertos. Esta frase resume la dificultad que tienen las personas y los políticos para priorizar metas con años de proyección.
Si esto es una tendencia general, es más pronunciada en el caso peruano. Alberto Vergara, en una reciente columna, hablaba de una ideología del día a día con fecha de nacimiento a inicios de los noventa. Esta ideología perdura a pesar de años de crecimiento económico. Pensar en el aquí y ahora no está atado a una situación de crisis, se ha instituido en la mentalidad peruana. Si a una persona se le pone en la situación de escoger, por ejemplo, entre recibir 300 soles inmediatamente o recibir 500 soles en un año, parece que es muy difícil encontrar personas que escojan la postergación de una recompensa mayor. Lo mismo ocurre con las preferencias por políticas públicas. Los peruanos prefieren medidas inmediatas y de menor eficacia que otras de mediano plazo y de mayor impacto.
¿Cómo hablarles a estos peruanos de una visión hacia el bicentenario si sus urgencias vencen cada fin de mes? Quizá el truco para que un gobernante se convierta en estadista es convertir a las batallas del día a día en una lucha de largo aliento. Para esto se necesita empatar diagnóstico y visión.
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