23.ABR Martes, 2024
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Opinión

“En ‘el nombre de la democracia’ no faltan gobiernos (…) dispuestos a reprimir a disidentes”.

En “el nombre de la democracia” no faltan gobiernos, como el de Putin, Chávez-Maduro o Robert Mugabe de Zimbabue, entre muchos otros, que están dispuestos a reprimir a los disidentes y copar las instituciones del Estado y perpetuarse en el poder a las malas.

Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, aprovechó el fallido golpe militar de julio 2016, en contra de su régimen, para seguir haciendo un golpe desde el Estado, ya no en “cámara lenta” con trucos legales, sino con purgas a todos los sectores de la sociedad. El líder del partido islámico moderado AKP, designado como Primer Ministro (PM) desde 2003 hasta el 2014, convocó por primera vez a que el pueblo, y no al Parlamento, para elegir directamente al presidente (por supuesto a él) y así, como jefe de Estado, impulsar un cambio al sistema político para otorgar al presidente (a él) un poder casi absoluto.

Desde entonces, aunque la Constitución vigente indica que el PM es jefe de gobierno, Erdogan sigue siendo la figura fuerte del estado turco hasta el punto de que se habló de un golpe contra él y no contra el PM actual, Binali Yildirim y su gabinete. Ya se presentó en el parlamento una Constitución que, explícitamente, cambia al sistema parlamentario por uno presidencial.

Paradójicamente, sectores militares, seculares oponentes y disidentes de Erdogan junto a seguidores del hombre a quien el gobierno culpa, Fethullah Gülen asilado en EE.UU., facilitaron a Erdogan, con el fallido golpe del año pasado, en acelerar su proyecto dictatorial con fachada de democracia.

Algunos dicen que Erdogan planeó un autogolpe, y si bien eso es muy aventurado, al menos es seguro que tuvo “un golpe de suerte”.


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