¿Qué revolución necesitaba Venezuela después de la democracia bipartidista que se estableció en 1958 tras la caída del régimen dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez?
Ciertamente no una revolución que acabara con la separación de poderes que existió en Venezuela por cuatro décadas y que, por ejemplo, forzó a Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato a renunciar a la presidencia en 1993, por un juicio dictaminado por la Corte Suprema de Justicia que lo acusó de peculado y malversación de los fondos de la partida secreta del Estado. Tampoco una revolución que acabara con las libertades que la democracia venezolana les otorgó a los medios de comunicación, o que atentara contra el derecho a la propiedad privada. Y mucho menos una que intensificara la dependencia económica del país, casi exclusivamente, en el petróleo.
La revolución que necesitaba Venezuela era, justamente, la que hizo votar a millones de sus ciudadanos por el outsider Chávez, en 1998, pensando que el golpista de 1992 se había moderado; y por no tener intereses económicos como la mayoría de los políticos, combatiría contra los grandes defectos de los 40 años, que hoy los venezolanos califican como “aquellos tiempos cuando éramos felices y no lo sabíamos”.
Chávez fue electo por sus promesas de ponerle fin al clientelismo y corrupción de los partidos políticos tradicionales, para diversificar la economía venezolana y hacer que el país fuera menos dependiente de las fluctuaciones del precio del petróleo. La revolución chavista prometía distribuir mejor la riqueza y trabajo, no regalos, para los más pobres.
Lo que, en cambio, ocurrió lo trataremos en el próximo artículo.
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