19.MAY Domingo, 2024
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Opinión

En el 2015 salió a la venta Pepper, el robot con sentimientos. Solo en su primer minuto a la venta, logró entregar los mil ejemplares que se habían preparado. Pepper es vulnerable a la forma como se le hable: si le hablas de forma ruda, se pone triste y, si eres amable, demostrará felicidad. Si le apagas la luz de la habitación, él se asustará porque parece tenerle miedo a la oscuridad. Lo asombroso –para mí– es que puede detectar cuando estás triste y tratar de ponerte de buenas.

Ya todos los que vivimos estos tiempos en que todos los artilugios con los que convivimos llevan la palabra ‘smart’ adelante, hemos pensado en un mundo habitado por robots. Pero, ¿cuántos hemos pensado en un mundo donde los robots sean nuestro soporte emocional, nuestros sólidos paños de lágrimas, nuestros mecánicos hombros amigos?

El cine y la televisión se han encargado de adelantar un poco lo que en un tiempo, tal vez, pueda convertirse en realidad. ¿Por qué un robot tendría la capacidad de ponernos de buen ánimo o sacarnos de una depresión? Tal vez porque carece de sentimientos y este hecho lanza una pregunta: ¿será que son los sentimientos los que nos hacen imperfectos? ¿Será el amor, la melancolía o la pasión lo que nos estorba en la vida?

De niños, la mayoría de nosotros solíamos darles personalidades a nuestros juguetes según nos plazca, pero, cuando el escuadrón de nuestros juguetes tenía entre sus filas a un robot, convertimos ese intento de asignarle personalidad en una sentencia para imponerle habilidades tecnológicas y mecánicas; los sentimientos salían sobrando.

Hoy, todo robot o androide tiene derecho a una personalidad, a querer, llorar o tener miedo. Y es que en estos tiempos donde los humanos nos volvemos tan inhumanos pegados a una pantalla sin hablar unos con otros, debe haber alguien que nos reemplace en el arte de sentir.

(christian.saurre@peru21.com)


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