19.MAY Domingo, 2024
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Opinión

Aunque nacimos desnudos, ese estado, el de desnudez, provoca pánico en muchos de nosotros. La vergüenza y nuestros cuerpos, en muchos casos, son inseparables. Nos genera tanta inseguridad algo que no podemos ver al cien por ciento –hablo de nuestros cuerpos y de cómo los ven los demás– que solemos pasarnos el día arreglándonos el pelo, mirándonos la barba frente a un espejo o el entalle de la rompa sobre nuestro cuerpo. Y es que el cuerpo es el objeto –porque lo es– más nuestro y propio que tenemos, y dejarlo a la vista de todos hace despertar en nosotros las inseguridades más profundas.

Vamos por la vida vistiéndonos cada vez más. Desde la ropa hasta nuestros sentimientos, parece ser que cubrimos con la mayor cantidad de cosas no solo el cuerpo, sino la forma de pensar o la forma de sentir. Cubrir puede que sea una conducta innata en el ser humano.

Hace unos años, empecé a quedarme desnudo de la cabeza. La calvicie prematura invadió de lado a lado mis sienes y se extendió hacia el medio de mi cráneo. Fue ahí cuando empecé a ser el coleccionista de chullos más entusiasta. La vulnerabilidad que me hacía sentir la falta de cabello ocupaba el día a día de mi vida.

Hoy sigo calvo, cada vez más tímido y con un miedo a la desnudez que me congela, como a muchas de las personas que leen esto ahora mismo y les genera pavor el solo hecho de imaginarse desnudas leyendo en público. Claro que siempre están los que, de forma admirable, vencen cualquier tipo de vergüenza y con la seguridad sobre la piel se muestran tal y como son, libres de las cadenas de la ropa. Abiertos en su manera de ser, de moverse y expresarse. Es que estar desnudo no significa solo estar sin ropa, sino estar desprotegido y al mismo tiempo no sentirse amenazado. Siempre envidiaré esa tranquilidad de las personas que no le temen al desnudo. Eso sí, nunca perdamos el respeto. Podemos ser chunchos o vergonzosos, pero no hay excusa para los irrespetuosos.

(christian.saurre@peru21.com)


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