Una investigación reciente publicada por el Instituto de Defensa Legal (IDL), cuyo título he tomado prestado para esta columna, analiza de manera comparada la delincuencia y violencia en los barrios El Pino y San Cosme del distrito de La Victoria. Arturo Huay-talla, el autor, encuentra varios elementos útiles para la comprensión de la configuración y el establecimiento del delito en zonas específicas de la ciudad. Plantea el análisis del barrio, sus características y entorno como unidad clave para comprender por qué una zona es más violenta que otra. Además, confirma que, a mayor confianza, cohesión social, así como a mayor organización y relaciones entre vecinos, la actividad delictiva se reduce.
Además, y creo que es el aporte más valioso de este estudio, confirma que el enfoque con el que la Policía interviene puede cambiar por completo el resultado. Mientras que en San Cosme la Policía tuvo un rol controlador y represor, en El Pino se concentró en un acercamiento de índole comunitario. Así, la confianza en la Policía en este último barrio aumentó a 55.7%, mientras que en San Cosme solo llegó a 27.8%. Esto puede ayudar a la construcción de institucionalidad y, por supuesto, a recuperar el rol del policía como aliado del vecino y no como enemigo.
Por último, la investigación confirma que la prensa mantiene vivo el estigma del “barrio peligroso” producto del tipo de cobertura que da a los incidentes. Reafirmando la idea de que de los cerros bajan los delincuentes que acechan la ciudad. No es una sorpresa que la mayoría de habitantes de estos barrios no se sientan representados por aquello que se dice de ellos en los periódicos.
En un contexto en el que la delincuencia acecha y el prejuicio de que “algunos” son los malhechores sigue incrustado en las mentes de las personas, muchos se olvidan de los criminales más grandes. Aquellos que se visten de terno y corbata, que suelen hablar bonito y, en muchos casos, ostentar diplomas en las paredes de sus oficinas. Esos que desfalcan al Estado, que se llenan de lujos con dinero corrupto de obras inútiles y que dejan sin oportunidades a millones de peruanos. Esos son más criminales y más culpables que todos los demás. Son, además, una absoluta vergüenza.
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