25.ABR Jueves, 2024
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Opinión

“El servicio de taxi necesitaba una mejora urgente y esta no ha sido causada ni por el gobierno ni por ellos mismos (taxistas), sino por la innovación de estas aplicaciones de celulares”.

El descontento con los servicios de taxis en el mundo generó el surgimiento de aplicaciones de celulares que facilitan el contacto entre un pasajero con necesidad de ir a algún lado y una persona que puede trasladarlo. La tecnología, además, garantiza, al menos en el Perú, lo que nunca ha podido garantizar el Estado: rapidez en el recojo (gracias a la localización del GPS), seguridad (conductor y pasajeros saben quiénes son), confiabilidad (se puede calificar al pasajero y al chofer según su comportamiento y/o servicio), trazabilidad (la ruta se conoce y se registra) y eficiencia (con herramientas para tomar las rutas más rápidas o seguras). Los usuarios de las aplicaciones globales como Uber, Easy Taxi y Taxi Beat están mayoritariamente contentos y una gran porción de sus conductores también lo está: reciben pagos puntualmente, se sienten más seguros e incluso, dicen algunos, generan más ingresos.

Ahora, esto no elimina algunos cuestionamientos hacia las aplicaciones de taxis que, ojo, que quede claro, no son empresas de taxis. A pesar de que el modelo de negocio está basado en los principios de “economía compartida”, hay quienes señalan que lo que debe compartirse es el beneficio, pero no necesariamente los riesgos, teniendo en cuenta el desequilibrio de fuerzas entre la transnacional y los conductores. Así, las empresas dueñas de las aplicaciones aprovechan los vacíos legales existentes y no tienen mayores responsabilidades con sus conductores (de hecho, no son SUS conductores), como por ejemplo ofrecerles beneficios sociales.

Comprendo el temor y molestia de los taxistas tradicionales que han organizado la reciente protesta contra las aplicaciones de taxis. El impacto en la reducción de sus servicios es directo. Sin embargo, el servicio de taxi necesitaba una mejora urgente y esta no ha sido causada ni por el gobierno ni por ellos mismos, sino por la innovación de estas aplicaciones.

El problema de la protesta de los taxistas tradicionales es que está mal enfocada. Esta no debe ser contra Uber, Easy Taxi o Taxi Beat. Su protesta debe ser contra el Estado, que no permite ni consigue que el servicio mejore y continúa proponiendo modelos obsoletos de regulación. Bien harían los municipios en aliarse con sistemas privados que se manifiestan eficientes y mejorarlos al garantizar, con una serie de bien pensados mecanismos, un escenario aún más seguro y también más justo.


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