02.JUN Domingo, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

El descanso es la única oportunidad que tenemos de extrañar lo que hacemos todos los días. Descansar es la forma en la que esquivamos las flechas de los pendientes que se nos clavan en la cabeza día a día. En el trabajo, el colegio o cualquier actividad, nunca dejamos de crear, de inventar o de empujar el cochecito hacia adelante. Si tenemos suerte, es algo que nos gusta hacer, otras no tanto, y ahí es donde la tarea se hace dura. El ritual de mis vacaciones escolares fue algo que me marcó la vida: mis padres siempre me enviaban a casa de mi abuelo o a casa de mis tíos. En el primer caso, significaba olvidarme del colegio, en el que no me iba tan bien en clases como álgebra o aritmética, y aprender a pintar, arreglar artefactos malogrados o hacer obras de carpintería, todo de la mano de mi abuelo, un economista retirado que estaba siempre en busca de un nuevo hobby. Para él, el descanso era no descansar. En el segundo caso, en casa de mis tíos, significaba talleres de deportes como fútbol, en lo que era malo; básquet, en lo que era muy malo; o natación, clase en la que por lo menos flotaba. Para esto me llevaban a un club de la Fuerza Aérea, a la que pertenecía mi colegio, y el esfuerzo por competir con chicos de mi edad que me doblaban la estatura se hacía parte de mis vacaciones útiles, de mi descanso. Para mí, el descanso era volver a la escuela y terminar con ese descanso cansado, pero siempre logré superar ese reto de vacaciones que año a año se me presentaba. Y es que el acto de descansar debe ser siempre merecido. No hay ninguna gracia en descansar si no se está realmente cansado. Eso sería desperdiciar el tiempo. Porque creo que lo mejor es descansar al borde del desmayo, voltear, y ver por un segundo el trabajo bien hecho que hemos dejado atrás.


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