02.JUN Domingo, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Hoy mi madre prendió la radio cuando sonaba la canción “Creep” de Radiohead y decidió dejarla ahí. Yo debía salir al trabajo, así que la dejé escuchando a la banda inglesa. Mi mamá suele escuchar radio todos los días. Aunque las laptops, los televisores de pantalla plana, las tablets o celulares inteligentes la rodeen, ella prefiere cerrar los ojos y escuchar, sabe Dios qué imaginará en esos trances.

Soy hijo único por parte de madre, nuestra familia se resumía a nosotros dos. Por mucho tiempo, lo único que me unió a mi mamá fue la música. No nos gustaba el silencio en una casa y la radio era el artilugio perfecto para callar esos silencios. En ocasiones empezaban a sonar canciones de Beirut, Muse o Queen, algunas de mis bandas favoritas, y por el lado de ella, Roberto Carlos, Gardel, Piazzolla, entre otros, hacían que la casa se llene de sonidos. En ese ritual de andar ambos solos por la casa turnándonos la radio para cambiar a las canciones que a cada uno le gustaban, sin saberlo fuimos cambiando nuestros gustos musicales. Piazzolla fue monumental cuando lo escuché, Gardel tenía ese je ne sais quoi tanguero que me encantaba. Hoy por la mañana, mientras sonaba el coro de la canción más popular de Radiohead, pensé que ella, en algún momento, debió haber sentido ese mismo aprecio musical por mis gustos como yo por los suyos.

En los primeros años de la primaria, en una actuación – no para el Día de la Madre – en la que yo sería el baterista y cada “músico” debería llevar su instrumento hecho de material reciclado, mi mamá, que en ese tiempo era jefa de laboratorio de la firma más importante de fotografía en Perú, con un horario que la obligaba a despertar a las seis de la mañana, pasó toda la madrugada tallando piezas de tecnopor para convertir esos retazos en una batería. Las tarolas eran de tecnopor y refilos de papel aluminio, los platillos eran platos descartables forrados con el mismo papel dorado, el bombo era de la pieza más grande de tecnopor que he visto y el pedal del bombo –así de detallista– era una vieja sonaja mía que ella forró con papel aluminio. A las 5 de la mañana, una batería a tamaño real estaba lista. Las baquetas eran reales. Luego, mi vieja tuvo que ir a trabajar con lágrimas en los ojos porque sabía que no me vería actuar. Yo me encargué de llevarle la medalla del primer lugar y el beso de la mejor mamá del mundo. Todos los días al llegar del trabajo renuevo ese beso.


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